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En el curro tenemos un patio interior donde voy amontonando la chatarra electrónica en espera de que alguien se decida a llevarla a un punto limpio. El jueves pasado, antes de tirar la carcasa del último ordenador que ha petado, ya tengo nueve carcasas amontonadas, después de quitarle todas las piezas que servían, la rellené de discos duros rotos. Nueve, si no recuerdo mal. Desde 20 gb a 1 TB, IDE y SATA. Luego cerré la carcasa y pesaba lo menos 7 u 8 kilos...
Con el hardware mi filosofía es que debe ser como el árbitro del partido, que cumpla su función sin llamar la atención y sin que se note que está ahí. En el momento en que el hard empieza a dar follón, a la basura y uno nuevo. Vale que el bolsillo no es el mismo cuando paga la empresa que cuando pagas tú, pero la filosofía es la misma en casa.
Esto me recuerda lo que me contó hace unos 20 años (espero que las cosas hayan cambiado desde entonces) un amigo militar que trabaja en la base aérea de Albacete. Se alucinaba el hombre de que los americanos a sus aviones les seguían el plan de vida a pies juntos. Si el manual dice que a las 1000 horas de vuelo hay que cambiar esta pieza, se cambia esta pieza a las 1000 horas esté perfecta o no y nunca, nunca, nunca se canibalizaba un aparato averiado. Se arreglaba y punto. Aquí, por el contrario, sólo se cambiaban las piezas si los testeos mostraban algo raro y como un avión tuviese una avería que lo dejase en tierra, al cabo de unas semanas no quedaba más que el fuselaje y todas sus piezas útiles estaban volando por ahí con otros aviones.
Lo que ninguno de los dos ejércitos intentaba era reparar y dar vidilla a piezas que habían dado problemas. A la basura las averiadas.
Con los ordenadores, lo mismo.